Lo esencial de la tierra
Hay una manera de ser de pueblo como hay una manera de ser de ciudad. En la ciudad las cosas cambian de prisa; los altos edificios, las luces y los automóviles que no cesan, esconden como pueden el apresuramiento atontado de la multitud, los gozos -si los hay- y las penas, si te paras a pensar. Lo que propongo es el pueblo sumiso mezclándose cada vez más con el color de la tierra que puede ser tuya. Un huerto como escenario delimitado de tu sociabilidad natural, para abandonarte en sus cultivos sin más alimento que las estrellas como guía en su <<quaternitas perfecta>>, es decir, sus cuatro elementos: la propia tierra siendo el despertar de la dimensión moral del hombre con sus manos; el agua, para soñar dando vida en su dimensión psicológica, el sol en su quietud que no quietismo como dimensión óntica, y el aire con su sonoro silencio como dimensión espiritual del clima fundiéndose con el propio, para batallar juntos en la implacable guerra de la supervivencia del alimento natural, sin otro ropaje que los cuidados de una porción de tierra que ayuden a recuperar el primitivo contacto con la naturaleza, constatando a diario una realidad presente labrada con las propias manos en beneficio de un equilibrio de la esencia del hombre y la naturaleza, y a su vez, económico, que redunde en innumerables ventajas para ambos. Siempre he pensado que el mundo no puede estallar en trozos mientras que los hombres libres vean los arco iris, noten la lluvia en sus rostros y oigan la risa de los niños.
Joan Maria Rovira Pujals
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- Si vienes con tus hijos fomentáis vuestras relaciones y aprenden el respeto por la naturaleza, experimentando la satisfacción de tener responsabilidad sobre su propio huerto
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